En épocas de la educación secundaria, la palabra mimetismo nos hacía fruncir el ceño y en otros casos, cuando lográbamos comprender el fenómeno, estirar los músculos de la cara en señal de asombro ante tan maravilloso espectáculo de la naturaleza.
Es así como los animales, al igual que todo nuestro entorno, nos vuelve a recordar su supremacía, demostrándonos su capacidad infinita de interrelacionarse con el medio donde habitan, llegando en algunos casos a pasar desapercibidos al perder la identidad individual para encarnar la social, esa que lo confunde con lo que le rodea. Asombroso y mágico poder éste que, aparentemente, sólo puede ser ejecutado por ciertos y determinados animales, grupo en el cual, está demás decir, no se encuentra el ser humano ¿o sí?
¿Es el hombre y la mujer capaz de mimetizarse? ¿de confundirse con su entorno y pasar desapercibido como ser individual?
Sí. No sé si en otras disciplinas, pero cuando hablamos de ejecutantes de danza tradicional venezolana, ése queridos lectores, es el fin. Perder el código que te identifica como uno u otro y pertenecer al colectivo, cualquiera que éste sea. No es extraño encontrarse con personas que tienen la firme creencia de que la música venezolana no es más que joropo, calipso y tambor. Sus cortos límites de visión, audición y pertenencia nos los dejan mirar más allá, precepto con el que el bailador lucha constantemente pues pertenece al raro grupo de animales que es capaz de confundirse entre el colectivo para ejecutar la infinidad de danzas que este país tiene.
Debe ser de la costa central, oriental o andino, debe tener en el rostro la semblanza de la alegría, el respeto, la picardía, sensualidad y solemnidad, entre otros. Todo esto en cuestión de segundos porque los repertorios cada vez son más complejos, menos tiempo entre pieza y pieza, más vestuario, más coreografía y, por sobre todo, un número mayor de intensiones.
El bailador de danza tradicional venezolana... ¿es un mago? ¿un actor? ¿un cinetista? Puede que los tres al mismo tiempo o tal vez ninguno. Quizá es un “simple" animal que mimetiza su ser para parecerse a algo con lo que se identifica y que reconoce como suyo y que, como cualquier otro de su especie, lo hace en el deber de protegerse, de resguardar su trabajo artístico como el más preciado de los dones. El don de ejecutar las tradiciones de su acervo cultural, de proyectarlo en escena y en el afán de ser cada 4 ó 5 minutos alguien distinto que paradójicamente es igual a él.
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